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La Pradera según Goya

Bloggin Madrid

Por Ignacio Vleming

En 1788 Goya recibió el encargo de hacer una serie de cartones para los tapices que decorarían la estancia de las infantas en el Palacio del Pardo. El tema elegido, dada la edad de las niñas, fue los juegos populares. Tras la muerte de Carlos III y la subida al trono de su hijo Carlos IV, el proyecto decorativo se interrumpió y de la serie sólo quedaron algunos bocetos preparatorios como los que se conservan en el Museo del PradoLa Pradera de San IsidroLa Ermita de San Isidro el día de fiesta o La gallina ciega, del que también existe el cartón.

En este post hacemos un recorrido virtual y artístico por el principal escenario de la serie, la famosa pradera que todavía hoy –aunque este año lo más recomendable sea quedarse en casa–, sigue siendo lugar de encuentro de los madrileños.

El origen de una ermita al otro lado del río Manzanares data de 1528, cuando la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, ordenó su construcción al lado del manantial de agua milagrosa. Según reza la tradición lo habría hecho brotar en un día de muchísimo calor allá por el siglo XII el propio San Isidro para saciar la sed de su señor, Iván de Vargas. Se dice que el futuro Felipe II se curó de unas fortísimas fiebres gracias a esta fuente a la que los madrileños acudimos en romería cada 15 de mayo. En La Ermita de San Isidro el día de la fiesta Goya nos muestra en primer plano a unos majos que beben y charlan sentados en el suelo y al fondo la capilla y una muchedumbre que con cierto revuelo se apelotona al fondo. La presencia de la guardia de corps nos hace pensar que algún miembro de la Casa Real está visitando el lugar en este mismo momento.

La mezcla de los tipos populares con las clases pudientes era algo frecuente en la Pradera de San Isidro. En La gallina ciega Goya pinta a unos personajes vestidos de forma tan distinta que podría sugerirnos cierto equilibrio y armonía social: de la dama con un sombrero elegante a los jóvenes que llevan el pelo recogido en una redecilla. Sin embargo a finales del siglo XVIII muchos pimpollos y mocitas de Madrid, aunque vivieran en un palacio de la Calle de Alcalá, se vestían de majos y manolas para salir de romería. La misma duquesa de Alba fue retratada de esta guisa por el artista.

De los tapices que iban a decorar la estancia de las infantas en el Palacio del Pardo el más imponente sería la vista panorámica de la Pradera de San Isidro, de 7 metros de anchura. El boceto que hoy conservamos en el Museo del Prado mide solo 90,8 cm, sin embargo es una de las obras más conocidas de Goya, tal vez porque con una alegre y luminosa muestra la silueta de Madrid al fondo. De izquierda a derecha vemos el Palacio Real, la hondonada por la que baja la calle de Segovia –donde hoy se levanta el Viaducto–, varias torres de las iglesias de la villa y le gran cúpula de San Francisco El Grande.

La Guerra de la Independencia marcaría un antes y un después no sólo en la historia de España, sino también en la biografía de la mayoría de los madrileños y por supuesto en la de Goya. La misma pradera que a los 42 años había pintado alegre y luminosa, a los 77 se la imagina tétrica y oscura. La sordera había hecho más pesimista el carácter del artista, que cubrió los muros de su propia casa, conocida como ‘La Quinta del sordo’, con una serie de escenas terribles, las llamadas Pinturas negras.

En una de ellas vemos una procesión de plañideras, músicos ambulantes, truhanes embozados y mendigos que se tambalean rumbo a la Ermita de San Isidro en la Pradera. ¿Quiénes son estos madrileños de ahora? ¿Pedirán un milagro? ¿O son víctimas de un encantamiento? Tras la restauración de la monarquía, las ideas liberales, que durante tanto tiempo había defendido el pintor, fueron perseguidas y en 1824 Goya tomó el camino del exilio para morir poco después en Burdeos.

Décadas después, en 1865, Édouard Manet visitó el Museo del Prado. Aquí descubrió la pintura de Goya, que será una referencia constante para los pintores franceses de la segunda mitad del XX. Para apreciar esta influencia que, de un artista a otro, recorre todo el siglo XIX, podemos acercarnos un cuadro de Aureliano Beruete –tal vez el más impresionista de los españoles–, que forma parte de la colección del mismo museo. En esta obra vemos misma Pradera de San Isidro. Los colores son muy distintos: frente a los tonos rosáceos que parecen propios de un sueño en el boceto para cartón, la pintura de 1909 capta del natural los verdes y los tierra de una imagen vibrante y real. También hay muchas más construcciones en la loma donde se levanta San Francisco El Grande. En cualquier caso esta imagen de la ciudad, esta silueta de sus edificios desde la Pradera de San Isidro, es hoy el skyline que más añoramos los madrileños.


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