Un paseo por el Madrid de Almodóvar
Pasea por los escenarios de las películas del famoso director, Hijo Adoptivo de la ciudad de Madrid y gran triunfador de los Premios Goya. ¿Has reconocido los lugares que aparecen en Madres paralelas, su última película?
Al ver las películas de Almodóvar, nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad de Madrid en 2018, el espectador curioso puede divertirse tratando de reconocer rincones y escenarios de la ciudad. Algunos se han convertido en iconos del universo almodovariano. Otros, en cambio, resultan más difíciles de localizar.
La carrera del director de cine, guionista y productor español ha sido reconocida con galardones cinematográficos internacionales entre los que destacan dos premios Óscar a Mejor película extranjera por Todo sobre mi madre (1999) y Mejor guion original por Hable con ella (2002), además de un Premio Ariel a la Mejor película iberoamericana por Dolor y gloria (2019), así como numerosos Premios Goya.
En Madres paralelas, su última película (2021)
Plaza de las Comendadoras: En esta preciosa plaza ubicada en la zona de Conde Duque, y que recibe el nombre por el convento de las Comendadoras de Santiago, se desarrolla buena parte de la película. En esta plaza vive Janis (el personaje que recrea Penélope Cruz). La terraza del café Moderno sirve de escenario para algunas de las conversaciones más trascendentales de la película. Un café que lleva años en la plaza y que siempre es una buena opción para un rato de relax tanto en su terraza como en su interior.
Hotel Urso: en este cinco estrellas (Mejía Lequerica, 8) conciben a su hija los personajes de Penélope Cruz y Israel Elejalde.
Taberna Ángel Sierra: una taberna legendaria para un encuentro fundamental. Uno de esos lugares míticos en plena plaza de Chueca.
Las casas de la M-30
Al final de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? la cámara se alejaba de los enormes bloques en los que vivían los protagonistas y las casas se perdían en el océano de edificios de la gran ciudad. Los tres bloques se alzan a la orilla de la M-30, muy cerca de la mezquita, en el barrio de la Concepción. Almodóvar se había fijado en ellos muchos años atrás: “cuando iba a trabajar a un almacén de la Telefónica, cerca del pueblo de Fuencarral, pasaba todos los días por la M-30. Siempre me impresionaban esas enormes colmenas que se alzan sobre la autopista”.
La Bobia
Miradas provocadoras y mucho ligoteo en La Bobia (Duque de Alba, 3), en El Rastro. Lugar mítico de la Movida y fundamental en Laberinto de pasiones. Aquí arranca la película y el tórrido encuentro entre los dos protagonistas interpretados por Imanol Arias y Cecilia Roth.
Cuartel del Conde Duque
(Conde Duque, 9) “¡Riégueme! No se corte”. Es una de sus escenas más famosas. El personaje que interpreta Carmen Maura le pide a un operario municipal que la alivie del sofocante calor estival en La ley del deseo.
La calle del Arenal
Almodóvar rodó el final de Carne trémula en la calle del Arenal, aprovechando la decoración navideña. Una de las tomas iba a enfocar el Museo del Jamón que hay al principio de la calle. El director rodaba de incógnito desde dentro de una furgoneta y en la calle se mezclaban los peatones con algunos extras contratados para la ocasión. Rodaron durante horas y cuando examinó las tomas Almodóvar se dio cuenta de que en todas ellas había un hombre esperando en la puerta del bar. “Supongo que ese hombre habría quedado con alguien que no llegaba”. El hombre en cuestión tiene gafas y se le ve fugazmente en ese final.
Madrid de postal
La ruta por el Madrid de Almodóvar coincide muy poco con las que hacen los bus-visión. Sólo un par de excepciones. La Plaza Mayor en La flor de mi secreto y, sobre todo, el travelling nocturno sobre la Puerta de Alcalá que servía como fondo para los títulos de inicio en Carne trémula.
Una ciudad en cartón piedra
En Kika Almodóvar apenas rodó en exteriores reconocibles. Pero el director se las arregló para que no faltaran algunos lugares emblemáticos de la ciudad. En una de las habitaciones del chalé, había maquetas de la torre Madrid, las torres Kio y torre Europa. Y más cartón piedra: el paisaje-decorado de fondo en el apartamento de Verónica Forqué representa la torre Picasso. La torre Picasso vuelve a aparecer en Los abrazos rotos: es el paisaje que se ve desde el despacho donde trabaja el gran magnate que interpreta José Luis Gómez.
Cementerios, trenes y aeropuertos
Las localizaciones más repetidas en las películas de Almodóvar son el cementerio de la Almudena y el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Siempre atento a los cambios en la ciudad, en Kika, el director estrenó la estación del AVE en Atocha con el exquisito travelling en el que llegaba Peter Coyote a Madrid. Algunos años después, en Todo sobre mi madre, Cecilia Roth volvía a usar el AVE, esta vez para viajar entre Barcelona y Madrid. Almodóvar se adelantó a su tiempo. El AVE aún no había llegado a la capital catalana.
Coctelería Museo Chicote
Una de las escenas fundamentales de Los abrazos rotos tiene lugar en esta emblemática coctelería (Gran Vía, 12) por la que han pasado las estrellas más rutilantes del star system tanto patrio como internacional. Si las paredes de Chicote hablaran contarían como Ava Gardner sedujo al célebre torero Luis Miguel Dominguín. En Los abrazos rotos, el personaje que interpreta Blanca Portillo se anima a base de gin-tonics para contar toda su verdad durante tantos años guardada.
La Corona de Espinas
La sede del Instituto del Patrimonio Histórico Español (El Greco, 4. Ciudad Universitaria), conocida como La Corona de Espinas, es el escenario elegido para que el vengativo personaje que interpreta Antonio Banderas en La piel que habito pronuncie una conferencia. Para el arquitecto Richard Rogers, este edificio es "todo creatividad y energía hasta el más mínimo detalle". Se trata de una obra de los arquitectos Fernando Higueras y Antonio Miró, de estilo orgánico, y que se comenzó a construir a mediados de los años 60. Almodóvar lo eligió para esta escena por su expresividad, la cual suma un elemento más a la acción que narra.
Viaducto de Segovia
Es un ejemplo del racionalismo arquitectónico madrileño de los años 30 (aunque no se inauguró hasta 1949) aplicado a las infraestructuras de ciudad. El viaducto une en altura el Palacio Real y la zona de las Vistillas. En el imaginario popular de los madrileños, ha sido un lugar tradicional para los suicidas. Esa relación con la muerte ya quedaba clara en Matador, una película sobre la pasión llevada al extremo y sobre todo en su última película, Los amantes pasajeros, una provocadora comedia, rodada prácticamente toda en estudio, pero donde el personaje de Paz Vega protagoniza un intento de suicidio precisamente en este lugar.
Calle de Fernando VI
En Julieta (2016), Pedro Almodóvar adapta a escenarios españoles varios relatos de la premio nobel Alice Munro. El director pensó en un primer momento en rodar la película en Canadá, escenario original de la escritora. Pero finalmente decidió seguir rodando en España y, claro, Madrid no podía faltar. La casa de la calle Fernando VI, 19, vuelve a ocupar un lugar fundamental en esta historia.
Cine Doré
La sede de la Filmoteca Española (Santa Isabel, 13) aparece en dos películas. La primera fue Hable con ella, cuando Benigno (interpretado por Javier Cámara) acude a ver el corto El amante menguante, incluido dentro del filme. En su última y más personal obra, Dolor y gloria, a Antonio Banderas, alter ego del propio Almodóvar, le ofrecen un homenaje que da pie a una hilarante escena.
Otras calles y rincones “almodovarianos”
- Calle Montalbán, 7. El ático del séptimo piso era la casa donde vivía Pepa (Carmen Maura) en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Al fondo, el skyline de la Gran Vía con el edificio Telefónica.
- Calle Almagro, 38. Casa de la familia de Antonio Banderas en Mujeres al borde de un ataque de nervios.
- Villa Rosa (Plaza de Santa Ana, 15). Local en el que actuaba el transformista Miguel Bosé en Tacones lejanos.
- Teatro María Guerrero (calles Tamayo y Baus). Teatro en el que cantaba Marisa Paredes en Tacones lejanos.
- Café del Círculo de Bellas Artes (calle Alcalá, 42). Lugar donde se reunían Victoria Abril y Peter Coyote para discutir un guión en Kika.
- Plaza del Alamillo. Lugar donde estaba el sótano-portería en el que vivía Marisa Paredes en Tacones lejanos.
- Plaza de Puerta de Moros. Lugar en el que el personaje de Leo (Marisa Paredes) intenta quitarse los botines al principio de La flor de mi secreto.
- Paseo de Eduardo Dato, 18. Casa de Javier Bardem y Francesca Neri en Carne trémula.
- Calle Segovia. En esa zona, por debajo del Viaducto, vive el personaje que interpreta Lluis Homar en Los abrazos rotos.
- Cock (calle Reina, 16). Aquí trabaja como disc-jockey el personaje de Tamar Navas en Los abrazos rotos.
- Paseo del Pintor Rosales. Aquí vive Salvador Mayo, el personaje que interpreta Antonio Banderas y tantos rasgos tiene del propio director. Una calle con mucho encanto puesto que se sitúa justo enfrente del Parque del Oeste con la Casa de Campo al fondo.
- Sala Mirador (Doctor Fourquet, 31. En esta pequeña sala de teatro alternativo, levanta su monólogo Alberto Crespo (interpretado por Asier Etxandía), en una de las escenas más emotivas de Dolor y gloria.
Pedro Almodóvar huyó a los 17 años de su pueblo, Calzada de Calatrava, para venir a la ciudad. Su evolución como persona y artista está ligada a Madrid, una ciudad que es un personaje más de sus películas y cuya transformación en las últimas décadas ha reflejado con maestría.
Pedro Almodóvar entró en Madrid por la carretera de Extremadura. Según contaba en un artículo autobiográfico que publicó Diario16 en 1993, ese primer contacto con la ciudad supuso para él una profunda decepción: “Aquello no correspondía con lo que había soñado: el paisaje era deslavazado, mugriento y poco acogedor”.
Almodóvar tenía por entonces diecisiete años y la convicción de que el pueblo era una cárcel para sus inquietudes. Había traicionado las expectativas paternas de emplearse en un banco y convertirse en hombre de provecho y, no sin previo disgusto familiar, había hecho la maleta hacia un futuro fascinante. Durante toda su vida Madrid había ocupado en su mente el lugar brumoso que ocupan las leyendas.
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En aquel mismo artículo recordaba Almodóvar que, cuando era pequeño, su madre le contaba que en los años veinte había viajado hasta la capital y, arrastrado por sus relatos fantasiosos, Pedro imaginaba que vivir en aquel sitio era como vivir en las películas de Sissi emperatriz. Pasó el tiempo y Madrid se transformó en su mente en el lugar donde se hacían las compras por correo y el edificio de Galerías Preciados suponía su escenificación: “Recuerdo los catálogos con fotos en blanco y negro de toda clase de productos para el cuerpo y para la casa. Fue mi primer contacto con el pop, que nunca olvidaré”.
La imagen de aquella ciudad mítica evolucionó con la edad hasta que, por fin, para el Almodóvar adolescente se convirtió en un sueño de libertad: “Representaba el lugar donde se estrenaban las películas antes que en ningún sitio, y también el lugar donde todo el mundo hacía su vida. En definitiva, un sueño”.
Pero Pedro entró en Madrid por la carretera de Extremadura y ni ahora ni en 1972 la carretera de Extremadura se parecía a los jardines vieneses de Sissi emperatriz. Luego –contaba– tuvo que acostumbrarse al olor del Metro y al hecho sorprendente de que por la noche no se vieran las estrellas. “Ésas fueron las primeras sensaciones que recuerdo, eran todo menos fascinantes, pero me quedé”.
Nueva York tiene a Woody Allen. Roma tuvo a Fellini y Madrid se llama en cine Pedro Almodóvar. Un sinónimo al que ciudad y director han llegado casi sin pretenderlo. Porque, a diferencia de Allen o Fellini, Almodóvar nunca ha hecho un homenaje expreso ni ninguna declaración pública de amor por su ciudad. La relación entre los dos ha sido mucho más natural porque pronto los dos se dieron cuenta de que las suyas eran vidas paralelas.
De hecho, el cine de Pedro Almodóvar no puede entenderse sin Madrid. La ciudad llega a convertirse en un personaje fundamental. El propio director lo ha reconocido alguna vez: "Siempre he encontrado en esta ciudad el paisaje perfecto con la fauna adecuada (insolente e ideal) para cada una de mis películas". En Los abrazos rotos (2009), Almodóvar vuelve a confrontar dos escenarios: Lanzarote y Madrid, como lugares que se complementan en la trama de la película. Hay incluso un pequeño homenaje a la ciudad en el cartel de la película que se rueda dentro del filme, Chicas y maletas, y que está compuesto por la imagen de una rubia Penélope Cruz entre altos y emblemáticos edificios madrileños.
Almodóvar y Madrid fueron evolucionando al mismo ritmo: desde chicos de provincias a ciudades internacionales y modernas, y en el camino no se despojaron del todo de su origen provinciano y rural. Almodóvar encontró en Madrid el escenario natural de todas sus paradojas. El lugar en el que el diseño más vanguardista convivía sin complejos con la bata de guatiné.
Fuera de Madrid los espectadores de Mujeres al borde de un ataque de nervios interpretaban como hallazgo genial la idea de que Carmen Maura criara gallinas en la terraza de su ático de exquisita decoración, pero, al fin y al cabo, de esas contradicciones estaba hecha la ciudad. Y también Almodóvar, que la utilizaba como espejo. Sólo se trataba de mirar sin complejos y de saber hacia dónde mirar. Y de forma natural Almodóvar ponía nombre y apellidos a los sitios por los que pululaban sus personajes.
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El ático de las gallinas estaba en la calle Montalbán, bautizó a su asesino en serie como el asesino de Cuatro Caminos, el violador de Kika era el violador de Orcasitas y el barrio donde penaba su vida la protagonista de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? era el barrio de la Concepción. Para Volver eligió otro barrio emblemático de las afueras: Vallecas. Y lo curioso del caso es que, a pesar de tanta referencia cercana, sus películas iban alcanzando éxito internacional: “Hay elementos muy locales en mis películas, que se entienden perfectamente fuera, por ejemplo en Nueva York. La vida en las grandes ciudades se parece mucho, las incomodidades son idénticas y, a pesar de las diferencias de cultura, cada vez están más mezcladas”.
Si alguien quisiera estudiar la evolución de Madrid en los últimos veinticinco años no podría hacerlo sin examinar las películas de Pedro Almodóvar. Combinando lo rústico con lo urbano, las tres protagonistas de Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón (1980), lo mismo iban a la discoteca más moderna que hacían punto en una mesa camilla. El Madrid de Laberinto de pasiones (1982) era el Madrid de El Rastro, la ciudad efervescente y disfrutona de la Movida.
“La ciudad más divertida del mundo”, según declaraba en uno de sus diálogos, uno de sus más disparatados personajes, el emperador de Tirán. El convento de Entre tinieblas (1983) estaba en pleno centro, en la calle Hortaleza y, en tono mucho más realista, en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) el director retrataba el Madrid de barrio, con sus calvas de solares aún por construir y su fauna de lagartos.
Esa relación con Madrid tal vez se haga ya completamente adulta en Dolor y gloria. En esta película el devenir de los personajes está marcado por Madrid. La ciudad adquiere más protagonismo que nunca en boca de todos ellos. Además, el director quiere dejar constancia de dos de los principales debates o reivindicaciones que vive la capital a través de dos pintadas que se “cuelan” en sendos fotogramas. Una es el de “Hermana, yo sí te creo”, en apoyo a la víctima de la violación de la Manada en los sanfermines de Pamplona en 2016. Y la otra es un cartel de lucha contra la turistificación del barrio de Lavapiés.
Almodóvar iba quemando etapas en su carrera y, al fondo, Madrid también quemaba las suyas. Si había que hablar de muerte, nada más metafórico que el Viaducto de la calle Bailén, lugar tradicional de los suicidas. Por eso Pedro eligió esa localización en Matador (1985), título que se rodó también en la Casa de Campo y en el Matadero de Legazpi, hoy en día toda una institución internacional en el ámbito de la creación contemporánea. En una de las noches de La ley del deseo (1986) Carmen Maura pedía a un limpiador que le regara con la manguera. “Yo creo que es la imagen que mejor representa eso que llamamos deseo”, decía el director sobre esa escena que es de paso la mejor traducción a la pantalla que han tenido las sofocantes noches del verano en la ciudad.
Cada esquina, cada escenario madrileño tenía su explicación. Simbólica a veces pero en ocasiones, por qué no, también autobiográfica. El empleado en excedencia de nombre Almodóvar eligió, como decorado de fondo de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1987), la Gran Vía con el edificio de Telefónica bien visible. “Es uno de mis paisajes favoritos”. Y en este repaso a la evolución de Madrid a través del cine de Almodóvar, el estudioso podrá advertir o recordar transformaciones en el paisaje humano de la ciudad. Poco antes de convertirse en el barrio gay, Chueca era el centro de los yonquis y el trapicheo, tal y como atestiguaba uno de los paseos nocturnos de Antonio Banderas en Átame (1989).
A medida que aumentaba su fama internacional, Pedro Almodóvar iba erigiéndose en un embajador de Madrid, aunque, en ese proceso, le fuera cada vez más difícil tomarle el pulso. “Siempre me he divertido con los demás, siempre me ha gustado conocer gente, escuchar conversaciones, mezclarme y observar, he bebido de eso, pero ahora me cuesta estar cerca de la realidad”.
Quizás por eso Tacones lejanos (1991) o Kika (1993) fueron títulos de interiores. En algunas escenas de La flor de mi secreto (1995), en cambio, el director decidió exportar algunos paisajes emblemáticos del centro. La escritora Marisa Paredes vivía y se movía en el entorno de la Plaza de la Paja y en una de las escenas con más encanto de la película Juan Echanove bailaba un zapateado en una nocturna y solitaria Plaza Mayor.
Habían transcurrido casi veinticinco años desde su llegada. “Crecí, gocé, sufrí, engordé y me desarrollé en Madrid. Y muchas de esas cosas las realicé al mismo ritmo que la ciudad”, escribía el director que, en 1998, decidió, por primera vez, echar la vista atrás para reflexionar acerca de tanto cambio.
Carne trémula (1997) arrancaba una Navidad de 1970 con el nacimiento de un niño en pleno estado de excepción. Al final de la película aquel niño, Liberto Rabal, iba a tener, a su vez, su primer hijo: “Cuando yo nací la gente estaba en su casa cagada de miedo”, le decía. “Por suerte para ti hijo mío, hace mucho tiempo que en España hemos perdido el miedo”. Almodóvar encontró además en esa película una de las localizaciones de mayor fuerza dramática de su filmografía: La Ventilla, un barrio de chabolas ruinosas y a punto de ser derribadas a los pies de las modernas torres inclinadas de la Plaza de Castilla. Una vez más, el Madrid y el Almodóvar de los contrastes y la contradicción.
Habían sido hasta aquel momento doce largometrajes. Doce miradas diferentes a la ciudad. Y en el número trece llegó la sorpresa. Cuando anunció que iba a rodar Todo sobre mi madre (1999) en Barcelona, Pedro no pudo ocultar cierto resabio de culpabilidad. “Siento traicionar a Madrid” declaraba. Y rodó una Barcelona de antología, y después, como si quisiera dejar claro que había sido tan solo la excepción imprescindible, Almodóvar volvió en Hable con ella. Volvió al Madrid antiguo. A las calles con esquinas (“Tengo tendencia a las esquinas”), a las casas con balcones y macetas.
Durante todos estos años las ofertas han sido cada vez más tentadoras. Rodar en Estados Unidos, rodar en inglés pero el director no se mueve. Porque Madrid es moderna y al mismo tiempo es casi La Mancha. Y, quién sabe, tal vez si le fuera infiel, podría ocurrirle lo que le pasaba a Marisa Paredes cuando volvía en Tacones lejanos:
- Dios Santo, ¿Cómo ha cambiado la ciudad?
- Hay partes que no vas a conocer
- Lo que me preocupa es que esta ciudad no me reconozca a mí.
UN MADRID DE CINE
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